Energía de las desembocaduras de los ríos


La energía hidroeléctrica se ha generado, históricamente, construyendo presas el curso medio de los ríos, modificando los ecosistemas y perjudicando a las especies que vivían en la región donde se ubicaba la infraestructura, cuando no se han inundado pueblos enteros, obligando a sus habitantes a vivir en otro lugar.

Pero en ota parte de los ríos, en las desembocaduras, también existe un incesante ir y venir del agua y, aún más importante, con una gran diferencia en la salinidad. Un lugar ideal, en definitiva, para producir energía de forma limpia y renovable. Un equipo de investigadores de la Universidad de Yale están estudiando esta posibilidad, algo que ya hicieron sus colegas de Stanford. Ambos equipos de investigación han llegado a parecidas conclusiones: se puede obtener mucha energía en la desembocadura de los ríos.

Según Ngai Yin Yip y Menachem Elimelech, del departamento de Ingeniería Química y Medioambiental de Yale, la desembocadura de los ríos podría producir suficiente energía para abastecer las necesidades de 500 millones de personas. Se trataría de aprovechar el proceso de ósmosis retardada a presión que se produce cuando los ríos vierten sus aguas al mar.

Este energía, al que los expertos llaman «energía azul», se obtiene por la diferencia de concentración de la sal entre el agua del mar y el agua del río, una técnica que no es nueva: los primeros experimentos se realizaron en 1954 y se desarrollaron posteriormente, por Norman y Loeb, en los años setenta del siglo XX.

La técnica consiste en la permeación de agua de una disolución de baja salinidad a otra de gran salinidad presurizada. La energía se obtiene al despresurizar el permeado en una turbina. Una de la ventajas de este método es que se trata de una energía renovable que no presenta los problemas de discontinuidad de la eólica o la solar.

Según el estudio, sólo con aprovechar una décima parte de esa energía se podría generar el 13% de las necesidades energéticas mundiales. Además, la generación no requiere de ningún combustible, por lo que es sostenible. Tampoco emite dióxido de carbono. La misma cantidad de energía eléctrica producida por centrales alimentadas con carbón emitirían unos 1.000 millones de toneladas de gases tóxicos al año.

La primera planta de producción de energía de este tipo funciona en Noruega desde el año 2009. Los países que disponen de kilómetros de costa y abundantes ríos deberían aprovechar este método de generación energética.

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