Las mentiras sobre las renovables


Una mujer toma el turno de palabra y dice que ya está bien de decir siempre lo mismo, que la energía solar no es más cara que la convencional, que es rentable, que cualquiera que instale un panel solar fotovoltaico para su casa, ahorrará dinero. Un hombre, que se presenta como ingeniero aeronáutico, diserta en la misma idea. No se explica por qué en algunos edificios de empresas (pone como ejemplo en el que él trabaja) la electricidad es más barata que en los hogares. También explica cuántos céntimos de euro hacen falta para mover un coche de gasolina: ese tipo de energía resulta mucho más cara que la renovable.

En el día dedicado a las energías renovables en la Semana de la Sostenibilidad Emisión Cero se disfruta de un documental y se habla con expertos del sector y con el público asistente de las mentiras sobre este tema. Hay una cosa clara: si las renovables no se desarrollan es porque empresas petroleras y gasísticas no lo permiten. Tienen mucho poder. Tienen tanto poder que pueden imponer políticas energéticas a cualquier país, sea Estados Unidos o sea España.

Pero, como se puede comprobar en el documental alemán La 4ª Revolución (autonomía energética) se está produciendo una lucha entre los que apoyan las renovables y los que buscan excusas para que no se desarrollen. La revolución de la que habla el documental es el acceso universal y autónomo a la energía. Las renovables, no sólo son beneficiosas porque no contribuyen al cambio climático, sino porque además permiten un desarrollo económico y social en cualquier parte del mundo. El poder y las oportunidades de crecimiento se distribuyen, ya no se concentran en unos pocos países que tienen petróleo, gas y carbón, o en sus aliados, que necesitan esa energía sucia. El poder que otorga la energía del sol es universal, llega a todo el planeta, cualquier persona puede disfrutarla.

Una placa solar que se instala en una aldea de Malí que no cuenta con infraestructuras (no hay carreteras asfaltadas, no hay red eléctrica) permite más horas de escolarización o una asistencia al parto con algo más que con una linterna sujeta en el cuello y a la que se le acaban las baterías. También permite constituir pequeñas empresas autosuficientes energéticamente. Las placas solares permiten, en fin, el desarrollo económico en todo el mundo. Un 80% de los ciudadanos de Malí viven sin electricidad.

En cambio, en el mal llamado primer mundo, ocurre lo contrario. Hace unos años, Jeremy Rifkin, experto en economía y en medio ambiente, visitó Madrid y predijo una explosión del sector de la energía solar en las ciudades. Pasados unos años volvió a la misma ciudad y pidió que le llevaran a la azotea de un edificio. Quedó horrorizado: en los tejados madrileños no vio ni una sola placa termosolar instalada. No se lo podía creer.

El caso danés

La ausencia de placas solares en las azoteas madrileñas (y en otras muchas ciudades españolas) tiene una explicación. La ley municipal de edificación no permite la instalación de energía solar. El Ayuntamiento de Madrid (y muchos otros) ha impedido por ley que los ciudadanos puedan instalar placas solares y producir y consumir así su propia energía. El petróleo y el gas suben de precio, pero está prohibido aprovechar la energía del sol. No hay quien lo entienda.

En los años setenta del siglo pasado, Dinamarca dependía completamente del petróleo para su abastecimiento energético. Alrededor del 90% de la energía provenía del petróleo. Importado, claro. El resto, lo producía con carbón propio. Pero ocurrió una de las cíclicas crisis del petróleo. Fue entonces cuando decidieron ponerse manos a la obra.

En los años ochenta, Dinamarca introdujo elevados estándares de eficiencia energética para los edificios, programas de etiquetado de energía para los dispositivos eléctricos, campañas públicas para promover el ahorro en hogares e industrias. Y, por supuesto, invirtió en renovables. El resultado: ahora es el país líder en energía renovable e importador a países vecinos.

Otra mentira: no se puede crecer sin aumentar las emisiones de dióxido de carbono CO2. En el caso de Dinamarca, desde 1990 hasta 2007, su economía creció más de un 45%, mientras que las emisiones de CO2 disminuyeron en más de un 13%. El consumo energético fue prácticamente el mismo. Eficiencia.

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