Etanol a partir de paja


Los biocombustibles son polémicos porque se usan cultivos que pueden ser usados para la alimentación. Sin embargo, tal polémica no tendría sentido si se usaran materias primas que no se pueden destinar al consumo humano. Son los llamados combustibles ecológicos de segunda generación, es decir, biocombustibles que no usan cultivos alimenticios.

Inbicon, una empresa danesa, está desarrollando etanol a partir de paja de cereal. Por tanto, con unos cuantos fardos de paja y el tratamiento adecuado se puede alimentar a los coches que funcionan con gasolina sin contaminar el planeta y aprovechando, además, un desecho natural.

En Inbicon, recogen la paja de los campos, que se considera un residuo agrícola, la cocinan a presión y la someten a un tratamiento encimático. Por último, la fermentan y la destilan. Del proceso no sale cerveza de trigo, sino etanol. Pero además, se obtienen otros dos materiales: lignino, un material que puede sustituir al carbón en las centrales eléctricas, y también melaza, que se puede usar como refuerzo en la producción de biogás. Así, de lo que sobra después de cosechar el trigo, se sacan tres productos distintos para una mejor y más limpia producción energética.

Según cálculos de la propia empresa, se pueden producir hasta cinco millones y medio de litros de combustible bioetanol por año. La dificultad de un proceso como éste, según sus máximos responsables, es hacerlo a escala industrial y de modo que sea rentable. Pero ellos lo han conseguido.

Esta planta de producción de bioetanol a partir de paja se desarrollado con las ayudas de la Unión Europea y en ella se sigue investigando cómo sacar el máximo provecho energético de la paja. En el proyecto colabora la empresa holandesa DSM, que posee la tecnología necesaria para convertir la melaza en etanol. Así, se puede producir mayor biocombustible a partir de la misma cantidad de paja. El etanol que se produce en la planta se mezcla con gasolina y se vende a los países escandinavos.

Pero esta planta es de muestra. El próximo paso es conseguir la inversión necesaria para construir una planta cinco o diez veces más grande con proyección comercial. Y, de este modo, quizá dentro de unos años, los biocombustibles, además de proporcionar una energía limpia, sea considerada también una energía solidaria.

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