El accidente de la central nuclear de Fukushima después del tsunami acaecido en Japón ha llevado de nuevo al debate público la seguridad de las centrales nucleares. Como es natural, cada cual arrima el ascua a su propia sardina. Lo que nadie puede negar es que las explosiones en la central se suceden y con cada una de ellas aumenta el riesgo de un gravísimo desastre nuclear, que se añadiría al desastre natural. Pero también es verdad que, salvo en unos pocos lugares del mundo, es muy poco probable que se produzca un terremoto. Eso sí, más vale no ubicar centrales nucleares en zonas de alto riesgo de sismos.
El caso es que tras varias explosiones e incendios, se ha detectado radiación en la zona que ocupa la central. El Gobierno japonés ha decidido crear una zona de seguridad en un radio de 30 kilómetros. Pero las consecuencias de estos accidentes están llegando a miles de kilómetros de distancia, a Europa, donde algunos gobiernos se replantean su política sobre la energía nuclear. Angela Merkel, la canciller alemana, que hasta ahora defendía la seguridad de las centrales nucleares de su país, ha ordenado que dejen de funcionar las siete centrales más viejas de Alemania, mientras se verifica su seguridad. No sólo eso. El comisario de Energía de la Comisión Europea, Günter Oettinger, ha convocado de manera urgente a los ministros de Energía de la Unión Europea, a las autoridades nacionales de seguridad nuclear y a representantes de la industria para tratar el asunto de la seguridad nuclear. Pero, ¿si no se hubiera producido el tsunami, un fenómeno lejano y con pocas probabilidades de que suceda en Europa, se hubiera revisado la política nuclear? No lo creo.
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